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A clockwork orange

Ángel Pineda Pérez

Una naranja mecánica. Stanley Kubrick, 1971. Sobre una novela de Anthony Burgess de 1962.

Cada nueva obra de Kubrick aborda una nueva temática, la base de la mayoría de sus obras se sustenta en una buena novela. Y la obra de Burgess es muy buena. Después de un cierto desaliento inicial y de verse imposibilitado de rodar su interpretación de Napoleón, se sumergió de lleno en su nuevo proyecto. Su particular visión de la juventud rompería con la manera tradicional de Hollywood de reflejarla, bajo una visión romántica al modo de Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955).

Kubrick rápidamente percibió que debería reflejar una juventud bajo la óptica modernista (futurista), hija de una sociedad de masas industrializada, fordiana.

Burgess da una importancia capital al lenguaje en su obra, de modo que usará un neolenguaje: el Nadsat (significa adolescente en ruso) al modo del slang londinense. Creará palabras usando una mezcla de slang, ruso, rumano e inglés. Kubrick, como apoyo fundamental de su obra, se basará en el lenguaje, la música y la violencia. Esta última será menos explicita que la mostrada en Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) o Harry el sucio (Don Siegel, 1971), pero, indudablemente. más incisiva psicológicamente. Así, a modo de ejemplo, hará uso del miedo atávico al quebrantamiento de la casa, del núcleo familiar.

En el protagonista, Alex Delarge se conjugan los siguientes rasgos: facciones de niño inocente, un desmedido amor por la violencia y cierto esnobismo en el gusto por el gran Ludwig van Beethoven: Alex al escuchar la 9ª sinfonía de Beethoven exclama:

“¡Oh bienaventuranza! ¡bienaventuranza y cielo! Oh, era magnificencia y la magnificencia hecha carne. Era como un pájaro del más raro metal oscilante divino o como vino plateado fluyendo en una nave espacial, la gravedad ahora carece de sentido”.

La primera escena nos muestra el rostro desasosegante de un Alex adolescente embrutecido por su ración de leche dencrómica, iniciando la cámara un desplazamiento que va aportando amplitud a la escena. La voz en off de Alex nos irá narrando su relato:

“Allí estaba yo, ese soy yo, Alex, y mis tres drogos, Pete, Georgie y Dim sentados en el bar-lechería Korova intentando conformar nuestras seseras para ver qué hacer por la tarde. El bar-lechería Korova vendía leche con un extra; vellocet, synthemesc o drencrom, que es lo que estamos bebiendo. Esto te afina y te pone listo para un poco de la vieja ultra-violencia”.

Alex realiza la narración como si se estuviera contemplando en un espejo. Él se contempla a sí mismo, mientras nosotros lo contemplamos a él. Todos pasamos juntos por el tamiz de la pantalla, la pantalla es el intermediario de la realidad.

Muchas de las obras de arte que se muestran en la película son misóginas, violentas y pornográficas. Algunos analistas han interpretado que la violencia del ser humano es adquirida a través de la cultura, siendo el arte un representante destacado de la misma. A Kubrick le gusta jugar con la ambivalencia entre arte-representación. Así, en la primera parte de la película cuando la banda de Billyboy está iniciando la violación de una chica, esta se esta produciendo en el escenario de un teatro en ruinas, luego la violencia figura a modo de representación. Para dotar a la escena de distanciamiento del espectador emplea la música de Rossini (La gazza ladra) y se entretiene en mostrar en primer lugar las pinturas que engalanan las paredes del teatro, realizando un desplazamiento del plano, mientras la acción se va desenvolviendo.

Se acerca el final de la noche y como colofón Alex y sus drogos, transpuestos por la droga ansían apurar un último trago de adrenalina, la que les proporciona su coche a alta velocidad, de noche por el centro de la carretera echando a la cuneta a todos los vehículos que se les cruzan. Todos apiñados con la mirada hipnótica, conjunta, mirando el resultado de su proceder, que les ejerce una atracción al modo de insectos atraídos por la luz.

En la segunda parte de la película Alex realizará el tratamiento Ludovico para corregir su desviación social. Sera el mismo quien experimente a través de la pantalla el bombardeo cultural, de la propia violencia, para instilarle la repulsión hacia ella y perdiendo así su libre albedrío. En los estadios finales de la técnica Ludovico se le pregunta a Alex:

«-¿Por qué es mala la violencia?

-Es mala porque a la sociedad no le gusta.»

Alex no ha evolucionado, la técnica Ludovico lo alecciona en la dirección que marca el Estado. En cierta manera Alex, al ejercer su libre albedrío hasta sus últimas consecuencias, tendrá que enfrentar su derrota frente al Estado arrostrando la cárcel. Sim embargo, dos de sus drogos sabrán dosificarse, lo que les permitirá entrar en la policía al servicio del Estado, y ahora dentro de ese paraguas protector, podrán ejercer su libre albedrío a favor de la violencia. Alex ha devenido en una naranja mecánica, dentro de sí guarda su esencia pero la técnica Ludovico lo ha convertido en una especie de autómata, una caricatura de si mismo. Pero la búsqueda de resultados rápidos, de lo políticamente correcto, lleva al primer ministro a experimentar con Alex con resultado desolador.

El fracaso educativo de Alex es lo que lleva a su tutor comunitario, el señor Deltoid ha preguntarse ¿Qué falló? Si tiene unos buenos padres y a él velando por los intereses de Alex, pero aparentemente nada funciona. Deltoid repetidamente riñe y conmina a Alex:

«-¿Hablo claro?

-Como el agua sin sedimento de un lago, señor. Como un cielo azul de verano prístino. Puede confiar en mí, señor.»

¿Es la cultura audiovisual la que transforma al quinceañero Alex en una transposición de Ricardo III de Inglaterra?

Cuando Alex se ve sometido por la técnica Ludovico a las sesiones de cine señala:

“Es gracioso cómo los colores del mundo solo parecen realmente reales cuando los videas en la pantalla”.

Sin la genial maestría de Kubrick, esta obra no habría alcanzado su pleno desarrollo. Ya en el cine expresionista alemán Fritz Lang en M, mostró el tamiz que ejercía la cámara ante la violencia, la suavizaba, producía un cierto distanciamiento del espectador. A esto suma Kubrick la cámara lenta al tratar la violencia y la cámara rápida cuando Alex tiene sexo con las dos adolescentes que aborda en la tienda de discos. Culturalmente a la mujer se la trata como objeto y en el sexo con ella se ejerce también la violencia. Ese tratamiento de la violencia con suavidad, con estilo, a cámara lenta, prístino, la embellece.

Si a eso sumamos la acertadísima selección musical y el uso excelso de ella. Donde para desubicar al espectador parte de esa música se somete a las variaciones (con retardos y reverberaciones) sublimes de Wendy Carlos usando sintetizadores Moog. Consiguiendo las versiones usadas por Kubrick del funeral para la reina María de Henry Purcell, con la que se inicia la película y el Presto de la 9ª sinfonía de Ludwig van, una significancia clave para cimentar esta obra maestra. Esta transformación tecnológica, cultural, de piezas musicales ampliamente conocidas, actúa sobre Alex como lo hace la leche con Drencrom al mutar su mente. Donde una canción alegre de la gran película Cantando bajo la lluvia (Donen, Kelly, 1952) perderá parte de su identidad ineludiblemente, al cantarla Alex cuando tortura al anciano en su propia casa y viola a su mujer delante de él.

No hay un análisis más lúcido de las interacciones entre: juventud, violencia, drogas, cultura, tecnología y sociedad de masas que la que realiza Kubrick en esta obra maestra.

Ángel Pineda Pérez.

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