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¿Estamos realmente polarizados?

Jesús Navarro

Universidad de Sevilla

jnr@us.es

Sin certezas

 

El pasado 1 de marzo el Foro de Análisis acogió la excelente conferencia de Gonzalo Velasco Arias, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, titulada Polarización sin Reconciliación. Su título intentaba zarandear una convicción bien arraigada: tendemos a pensar como borregos, inclinándonos hacia el extremo ideológico de nuestro grupo y hemos de pensar por nosotros mismos, buscando una reconciliación no radicalizada. No debemos dar esta convicción por sentada, nos dijo el conferenciante, pues ni hay tanta polarización como creemos ni es preciso escapar a ella buscando términos medios.

A fin de fundamentar la sospecha de que no estemos en una sociedad tan polarizada como nos la pintan, Velasco Arias distinguió entre polarización ideológica (en lo relativo al contenido de nuestras actitudes en general) y polarización afectiva (acerca de la fuerza o intensidad con que sostenemos esas actitudes) y sostuvo que, ni en un sentido ni en el otro, estamos tan polarizados como nos hacen creer, pues de hecho, en lo relativo a la mayoría de las políticas públicas concretas, no tenemos, en realidad, actitudes tan diferentes. El problema es que los distintos partidos generan esa impresión polarizada a fin de ganar adeptos, elevar la tensión social y forzar ciertas derivas en el debate público. ¿Por qué funciona esta estrategia entonces? ¿Por qué picamos? La respuesta es que esta dinámica explota ciertos mecanismos que son, ellos mismos, beneficiosos y necesarios para navegar el entorno social, sobre todo en tiempos de inestabilidad e incertidumbre. Como individuos, cada uno de nosotros tiene incontables carencias epistémicas (cuestiones acerca de las cuales no sabemos, ni podemos cabalmente formarnos una opinión bien fundamentada), pero que tenemos necesidad de cubrir. Y para ello es racional que deleguemos en nuestro grupo, con los que compartimos muchas opiniones que consideramos acertadas (lo cual es un buen motivo para pensar que, dado que, desde nuestra perspectiva, los ‘nuestros’ aciertan en cosas que sabemos, o creemos saber, también deben de acertar en otras). De esta forma, adquirimos una especie de paquete identitario de opiniones, posiciones y actitudes, donde se nos resuelven esas carencias, alineándonos con una ‘tribu’ ideológica con la que tenemos mucho en común. Esos paquetes son explotados por los partidos buscando lealtad ideológica, priorizando la visibilidad de las actitudes extremas, incitando actitudes morales en cuestiones que, en realidad, no son de carácter moral, y fomentando un posicionamiento “absolutista”, como si uno estuviera en posesión de la verdad definitiva. Como efecto de todo ello, la moderación acaba estando penalizada como deslealtad y la agenda pública queda fragmentada en posiciones tribales reticentes al pacto y al consenso. El problema no es, según el autor, que actuemos como masa cuando deberíamos ser capaces de pensar por nosotros mismos: el problema es que dinámicas grupales que, en sí mismas, son beneficiosas y necesarias, son explotadas estratégicamente para producir la sensación generalizada de que las posiciones están polarizadas, cuando no lo están tanto.

Velasco Arias nos invitó a abandonar las “proclamas nostálgicas” que añoran un tiempo pasado donde fuimos mejores: más autónomos, más moderados, menos tribales, menos polarizados. El problema de ese discurso nostálgico es que se le escapa el hecho de que nuestra dependencia cognitiva y afectiva de los demás es inevitable, tanto antes como ahora. La novedad, si acaso la hay, es que hemos pasado de confiar en las intermediaciones tradicionales (los expertos, los mass media, el discurso oficial), para pasar a delegar en mecanismos de agregación (buscadores, reseñas de usuarios, bots) movidos por la intención de informamos directamente, por nosotros mismos, apoyándonos en fuentes que generan la engañosa sensación de que observamos sin mediadores. Esta actitud fomenta la arrogancia y la obstinación en un entorno que ha sido diseñado para la propia reafirmación, explotando nuestros sesgos de confirmación con la información que nos satisface. También cuestionó Velasco Arias que haya una sentimentalización de la política y de la vida pública. Más que sentimentalización, sostuvo, hay un proceso de moralización que tiende a considerar como disputas morales cuestiones que en realidad no lo son, moralización que viene acompañada de actitudes absolutistas.

Velasco Arias cuestionó que sea culpa nuestra, de cada individuo o ciudadano, el mal estado del espacio público, ni que sea responsabilidad de cada uno poner su granito de arena para solventarlo. Esta perspectiva, que emparejó con la llamada “epistemología de virtudes”, se centraría en el refuerzo de la pedagogía desde la escuela hasta la edad adulta, la actualización de las competencias en el contexto digital y el refuerzo de actitudes responsables entre los ciudadanos, como la tolerancia ante posiciones lejanas en el espectro ideológico o la capacidad crítica ante la tergiversación y la mentira. La limitación de esta perspectiva, según  nuestro invitado, es que nos culpabiliza ante el fenómeno de la polarización y la credulidad por nuestros vicios y sesgos, presuponiendo que la mayoría de los individuos actuamos de forma viciada o defectuosa, cuando se trata de un problema resultante del ‘sistema dinámico’ en el que participamos, lo cual requiere de una aproximación estructural. Es el diseño de las redes sociales y el entorno digital lo que favorece sesgos emocionales, genera cámaras de eco autoconfirmatorias, explota inclinaciones atencionales con fines espurios y, en definitiva, hace mucho más difícil la tarea de ser agentes responsables. Ante esta situación, no se trata de plantear el dilema entre si hemos de delegar o no al formar creencias o al intentar comprender la realidad que nos preocupa, pues no hay opción real a la delegación en la mayoría de las cuestiones. El fomento de virtudes epistémicas basadas en la independencia y la autosuficiencia cognitiva se convierte en “un brindis al sol” que nos frustra y cronifica nuestra mala conciencia. Frente a esa mala comprensión de la mayoría de edad ilustrada, entendida como mera independencia de criterio, Velasco Arias sostiene que no es irracional ni irresponsable habitar en nuestras respectivas cámaras de eco ideológicas, sino una forma sensata de delegar en nuestros grupos identitarios. Del mismo modo, las noticias falsas no son el resultado de vicios epistémicos, como podrían ser la credulidad o la obstinación, sino las consecuencias indeseadas de prácticas individuales que son, en sí mismas, razonables. Y estas nefastas consecuencias no serían mera casualidad, sino efecto de una explotación malintencionada. De ahí que las posibles reformas no hayan de ir por el fomento de “heroicidades individuales”, sino en la dirección de modificar los entornos que articulan nuestras relaciones sociales online y en persona.

La conferencia acabó con un alegato contra la equidistancia, denunciando la argucia de la extrema derecha en países como EEUU o España, consistente en posicionarse en el debate en un extremo del espectro ideológico a fin de hacer aparecer las posiciones progresistas como radicalizaciones en el extremo opuesto. El objetivo de esta práctica, denuncia el autor, es forzar posicionamientos supuestamente “moderados” en busca de un nuevo equilibrio, lejos de polarizaciones—una nueva moderación centrista que, de facto, se encuentra mucho más a la derecha de lo que estaba antes. Quizás no sea tan real el fenómeno de la polarización, pero sí lo es nuestra preocupación por ella, en la medida en que ha sido inducida artificiosamente para interferir en el debate público horadando consensos que considerábamos bien establecidos, que fundamentan nuestra convivencia. De ahí que el diagnóstico de la polarización y, sobre todo, la supuesta necesidad de superarla mediante la reconciliación moderada, sea algo que conviene considerar con cautela.

Suscribo la inmensa mayoría de lo que sostuvo Velasco Arias, pero terminaré apuntando brevemente los tres puntos que me han resultado más discutibles.

En primer lugar, si bien la distinción entre polarización ideológica y afectiva es sumamente apropiada, echo en falta una distinción adicional entre polarización acerca de cuestiones de hecho o acerca de cuestiones normativas (del tipo que sean: moral, político o meramente prudencial). La forma de desacuerdo que sustenta estos dos tipos de polarización es muy distinta. Un desacuerdo de hecho, o factual, debería en principio ser susceptible de resolución apelando a las evidencias con actitud descriptiva, mientras que un desacuerdo normativo puede ser mucho más recalcitrante, dado que se puede estar de acuerdo con respecto a lo que hay o a lo que ha ocurrido, pero valorarlo de forma muy distinta, sin que sea en absoluto fácil encontrar puntos comunes para la resolución del conflicto normativo. ¿Hablamos del número de muertos que hubo en el bombardeo o de si quien lanzó las bombas estaba legitimado a hacerlo? ¿Hablamos de si el feto en tal momento de la gestación realiza ya ciertas funciones o de si sería aceptable detener el embarazo? ¿Hablamos de si se ha incrementado el índice de salarios o de si sería más justo otro reparto de las ganancias? Uno de los aspectos más problemáticos de la polarización social reside en que se entrecruzan estos dos tipos de desacuerdos, e incluso se confunden en lo que se ha venido a llamar “desacuerdos profundos”, de modo que lo que debería  poder resolverse apelando a los hechos, termina siendo fuente de controversia indefinida debido a la resistencia a las evidencias y la redirección del debate hacia cuestiones diferentes. No tiene por qué apoyarse esta distinción en la vieja convicción positivista de que los hechos nos vienen “dados”, ni mucho menos. Los hechos sólo entran en el debate público cuando están, valga la redundancia, lo suficientemente hechos: comprobados, contrastados, verificados según estándares y procedimientos que son, ellos mismos, normativos y dependientes de la comunidad. Pero eso no hace que la disensión sobre los hechos deba confundirse con el desacuerdo normativo, que expresa nuestros valores e ideologías. Podemos estar en desacuerdo acerca de cuáles son los hechos relevantes (si lo son los que están encima de la mesa en el debate o, más bien, ciertos hechos alternativos que uno quiere traer a colación); pero una vez fijamos la atención y la pregunta en cierto hecho y no en otro o somos capaces de distinguir nuestro desacuerdo fáctico al respecto de los incontables desacuerdos normativos circundantes o nuestra conversación es imposible. Esta confusión es, en mi opinión, una clave fundamental para entender cómo afecta la supuesta polarización al debate público contemporáneo. Y la eché en falta en la conferencia.

En segundo lugar, creo que la necesidad de elegir entre una perspectiva centrada en virtudes individuales y una en intervenciones estructurales es un falso dilema. No cabe definir las virtudes al margen del contexto: las que, tal vez, fueron virtudes epistémicas o morales en un contexto pre-digital no lo son ya en el nuevo contexto si esas disposiciones, por principio, ya no nos encaminan ya hacia aquello que consideramos valioso. Fomentar las viejas virtudes era un ejercicio de responsabilidad en el contexto donde estaban vivas y eran eficaces; hacerlo ahora, cuando sabemos que no lo son, se convierte en cinismo. El cultivo de esas virtudes pasadas sólo valen como mera excusa, y no como justificación para nuestros actos o nuestras creencias, al ser conscientes de que ya no funcionan. De cualquier modo, la elección entre una cosa o la otra (fomento de virtudes individuales o reformas estructurales) no corresponde más que, si acaso, a aquéllos que tienen en sus manos las políticas públicas. Para los educadores, progenitores o para todo aquel que esté preocupado por la incidencia del nuevo contexto social y digital en sus propias actitudes, no cabe otra vía que centrarse en aquello que está en su mano modificar, que son sus disposiciones y virtudes personales (no entendidas como aquello que funcionaba antes, sino aquello que podría funcionar ahora). Si bien parece perfectamente acertado el juicio acerca de la necesidad de reformas estructurales (de redes sociales, procesos públicos de deliberación, mass media, etc.), éstas habrán de ser pensadas desde una perspectiva que integre y fomente las nuevas virtudes individuales, adaptadas al contexto contemporáneo.

Y, tercero, por mucho que uno pueda coincidir con el juicio final acerca de cómo la estrategia trilera de la extrema derecha persigue la polarización para forzar un nuevo centro político supuestamente ‘moderado’, pero escorado de hecho a la derecha, uno, no puede dejar de preguntarse si la imagen que asumió nuestro conferenciante del consenso fundacional de la democracia no es, en realidad, una de aquellas “proclamas nostálgicas” contra las que él mismo nos había prevenido. ¿Tuvieron realmente nuestras democracias alguna vez un punto de partida tan hermoso? ¿O, más bien, ese supuesto consenso fundacional es una ficción del origen, un mito, tal vez necesario, pero escasamente realista? Si esos consensos no fueron propiamente tales, sino más bien silenciamientos, y barrieron mucho debajo de la alfombra, se podría entender que la estrategia de la polarización hacia la derecha en realidad está sacando a la luz cuestiones que nunca fueron resueltas, en vez de reabriendo heridas que habían quedado cerradas. En este punto, quizás lo que tengamos que hacer sea asumir que no se trata de erradicar los radicalismos de la derecha de una vez y para siempre, pues ni fueron erradicados en el origen de la democracia ni los erradicaremos ahora. Más bien, la cuestión es cómo podemos gestionarlos en el día a día, indefinidamente, de forma que no hagan colapsar el sistema ni nos hagan perder lo que consideramos más fundamental de nuestro modelo democrático. Si se me permite la analogía: no se trata de resolver la radicalización de la derecha de una vez por todas, sino de gestionar adecuadamente los residuos autoritarios que producen, y siempre producirán, nuestros sistemas democráticos. No hemos de perseguir una erradicación definitiva, sino un sistema eficiente de gestión de basuras.

Resumiendo mis tres críticas: primero, es preciso atender a los aspectos específicos de la polarización sobre cuestiones de hecho, a diferencia de la polarización sobre cuestiones normativas, una idea que no se capta en la distinción entre polarización ideológica y afectiva. Segundo, la alternativa entre un tratamiento centrado en virtudes individuales y uno estructural es un falso dilema: las virtudes individuales son lo que, de hecho, tenemos razones para pensar que funciona bien en las estructuras donde actuamos, de modo que las dos estrategias están entrelazadas. Y, tercero: la idea de que las nuevas polarizaciones rompen un consenso fundacional de nuestras democracias es, ella misma, una proclama nostálgica contra la que conviene estar prevenidos. Creo que son tres cuestiones de importancia, pero que no desmerecen el valor de una conferencia sumamente estimulante y enriquecedora — tanto como el libro del que la conferencia fue una buena síntesis: Pensar la polarización (Barcelona, Gedisa, 2023), cuya lectura recomiendo vivamente.

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2 comentarios

  1. Yo como ciudadano de a pie tengo que entender primero que cualquier tiempo pasado no fue mejor, fue diferente y exigió renuncias por todos para conseguir algo mejor. Segundo la humanidad se desarrolla entre dos polos, el individuo y/o la colectividad, el equilibrio perfecto es una entelequia la ausencia de movimiento el centro perfecto es la muerte, los dos extremos máximos también suponen la destrucción. Tercero la cesión no supone la renuncia a tu programa máximo. Si tenemos en cuenta estos tres puntos los ciudadanos de a pie podremos decidir con perspectiva superar la polarización siempre intencionada.

  2. CON CERTEZAS

    Polarización por la saturación de demagogia, hartos de mentiras, de ideales proclamados sin la correspondiente ejemplaridad, pretenden obligarnos a creer en un falaz optimismo propio del que arrastrado por el deseo de poder, no encuentran la necesaria moderación para establecerse de manera coherente y constructiva, y por consiguiente se sienten obligados a refugiarse en discursos con descalificadores extremos superlativos, en adjetivaciones que por exageradas pretenden al añadirles el prefijo ultra- o el sufijo -ismo convertirse en el justificante, en el fundamento de todo tipo de pretendidas esencialidades ideológicas. Mientras continúan proclamando derechos de posibilidades de placer en el ámbito de una retórica hedonista que no respeta la naturaleza biológica en nombre de creencias poco aconsejables, no olvidemos que los sentimientos no son sino emociones transformadas por el pensamiento, ajenas a la complementariedad de lo natural, que suelen, (no siempre, esto es cuando son naturales, pues las excepciones también lo son), propiciar una dicha ficticia, tendente a confundir de manera constante e irreflexiva lo nuevo con lo bueno y lamentablemente, y este es el verdadero problema, identificar lo raro, lo naturalmente excepcional, lo que sensatamente no es costumbre aunque siempre haya sido minoritario, como progresista, e incluso revolucionario al tratar de convertirlo en obligada y educable práctica. Acaso el mundo de las excesivas posibilidades no acaba cometiendo el error cuando menosprecia todo pasado.
    Desde mi perspectiva, he tratado siempre de evitar todo tipo de hemiplejias políticas, siendo consciente de que algo de razón todos tenemos. Evidentemente cualquier partido constitucional, y que a priori tiene como verdad social fundamental el Bien Común no puede conllevar el olvido de que tenemos también la necesidad de fundamentar la convivencia sobre criterios ético-morales limitadores de la Libertad sin los cuales no es posible ejercerla con responsabilidad. Mi pensamiento político se incluía dentro de ese espectro al que alude Gustavo Bueno como izquierda indefinida. Empero dada la actual situación de nuestra sociedad me siento obligado a tomar partido ante tales abusos de poder, que han provocados una ideologización reprobable de ámbitos esenciales para el desarrollo de una sana y equilibrada convivencia como el informativo, el pedagógico, el judicial… En este sentido es inevitable tener muy en cuenta que si bien todas las culturas humanas tienen muchas cosas buenas , no todas son iguales, habiendo por consiguiente mejores y peores, con lo cual el armonicismo civilizatorio se pone en evidencia como incompatible con el criterio de verdad histórica, pues cuando se trata de alcanzar las responsabilidad de adquirir autoridad y desde esa posición de privilegio se pretende imponer por motivos partidarios determinadas creencias o normas legales, se acaba fomentando una estudiada e intencionada polarización que lo permita.
    En principio el «sí» y el «no» forman parte de la estructura esencial del lenguaje humano para poder realizar analogías, establecer relaciones, llegar a certezas cognitivas, y al igual que en el ámbito matemático(+, -, x, :, …) nos permiten construir el conjunto de conocimientos que nos ayudan comprender el mundo de manera más exhaustiva, con mayor riqueza de matices sin por ello dejar de ser coherente. Sin embargo, ello ocurre cuando se pretende que el deseo y la voluntad humana estén por encima de todo, cuando como diría J.A. Marina, al comentar una opinión de M. Foucault: «Verdad es lo que el poder dice que es verdad», cuando el instinto del dominio, más fuerte aún que el del sexo, se sitúa por encima de todo, constituye la base de una mala filosofía, lo cual me parece evidente. Acaso el aceptar por verdad lo que el poder dice que es verdad , no pone en evidencia cierto servilismo hacia quien por gozar de la responsabilidad de dirigir políticamente una sociedad pretende imponer a todos desde los privilegios del mandar, su idea interesada de bien, de justicia, de felicidad… no sintiendo reparo alguno en hacer, contradiciéndose constantemente, un uso torticero de la ley con proclamas maniqueas que buscan sacar votos en el chapapote del rencor y del enfrentamiento. Eso, a poco que se piense es algo que no debemos tolerar, aunque si evidentemente tratar de comprender para refutar de la manera más convincente posible, pudiendo así contribuir con las acciones pertinentes para establecer el imprescindible cambio de rumbo. Lo inteligente es comprender profundamente la necedad fruto de una ya inevitable pendiente y consecuentemente no odiarla. Si se comprendiera superficialmente lo haríamos solo con el pensamiento abstracto, sin sentirlo, y ello no evitaría el odioso rechazo. Qué difícil es no odiar cuando se contradicen nuestras más profundas convicciones.
    En este sentido, resulta imprescindible reconocer que existe un interesado globalismo, propiciado por élites que controlan los fondos de inversión más importantes del mundo donde 10 de estas organizaciones multinacionales tienen más recursos financieros que 187 naciones de las 193 que configuran la ONU, y que siendo conscientes de que no tienen en principio ningún control democrático directo, pretenden ampararse en una fundamentación democrática de la que esencialmente carecen. Instituciones internacionales como la ya mencionada que descaradamente inflige este principio al ostentar veto los 5 triunfadores de la 2ª gran guerra, y que decir de sus instituciones derivadas como la OMS, UNESCO… acaso no se han convertido en un interesado negocio de trascendencia mundial. No olvidemos pues que es un poder económico muy elitista quien dirige a la UE, y en cuyo trasfondo para recobrar cierta autonomía hemos de volver a considerar la importancia de las culturas propias con la esperanza de no ser conducidos a un imperio mundial dirigido por el dinero y la comodidad que conlleva, y curiosamente dirigido por una izquierda que ha perdido casi todo su sentido social y que continúa pretendiendo hacernos creer que para conseguir el poder, el dinero ha de mandar sobre los principios éticos. Eso que Antonio Machado evidenciaba con su conocido » todo necio confunde valor y precio».
    Por otra parte considero que la responsabilidad de un lenguaje que pretende enfrentar en lugar de comprender(populismo, ultras…), tiene su origen en esferas de élite política y seudointelectual, periodismo que se limita a realizar una filosofía empobrecida de opiniones enfrentadas que buscan la discordia en lugar de la verdad compartida y que potenciando actitudes revanchistas fomentan el odio hacia el pasado y al mismo tiempo en el presente manipulando y propagando un relativismo moral que se ha ido instalando cada vez con mayor profundidad y peligro. Parece que su objetivo es formar Ciudadanos consumistas y acríticos, estómagos amables que diría Neruda, que ante la confusión de las problemáticas reflexiones se vean abocados a una sociedad conformista con un futuro distópico.
    Por otra parte, también desde ámbitos más o menos intelectuales se contribuye a la idea de que cada cual está legitimado a persistir en su empeño político si con ello consigue imponer su objetivo a priori prosocial, de medidas que aun contradiciendo principios básicos de convivencia, les permite perpetuarse en el poder. A mi modo de ver, cuando eso ocurre se incurre en cierto abstraccionismo escasamente clarificador, contribuyendo con su confuso mensaje, a dificultar la atribución de responsabilidades. A ello nuestro refranero conserva el sentido común necesario para establecer de manera suficiente el sentido veraz de las palabras: «Al pan pan y al vino vino» . Ya está bien, me digo a mí mismo, de permanecer en cierta inopia, que por evitar dificultosas y comprometidas matizaciones nos hace conniventes con los atropellos de verdades humana y políticamente esenciales.
    Si Marx, que curiosamente no fue marxista, pretendía una educación libre de ideologías, contradiciendo el marxismo que imperó posteriormente en los regímenes así denominados denominados (URRS, Cuba, China, Corea del Norte…); probablemente, y esto es algo que yo supongo en él, aunque lo doy como absolutamente veraz desde mi criterio, pudo también entrever que el comunismo en el que se inspiró, me refiero al que correspondía a las creencias espirituales de sus abuelos, ambos sacerdotes judíos, tenía una mayor categoría y profundidad ideológica espiritual que el derivado laico con el que pretendió revolucionar la sociedad humana y que hoy todavía no está suficientemente evidenciado para el convencionalismo presente, tanto en el ámbito de la izquierda como en la derecha partidaria, si bien en ámbitos bien diferenciados. De hecho, así lo reconocía en su Garceta Renana cuando aún tenía fe en la libertad de prensa.
    El bien común, la fraternidad que propugnan todas las tradiciones espirituales, todas las religiones superiores, y que ha de ser considerado políticamente por encima del nivel privado y al mismo tiempo la libertad personal, el denominado libre albedrío, se nos pretenden presentar como estandartes irremisiblemente materialistas y contrarios. Aún así, el misterio de la Vida continúa, y continuará, haciéndosenos más evidente que los conceptos de Paz y de Felicidad sociales, lo han sido como consecuencia de un pasado, y solo podrán seguir siéndolo «sine qua non» después de conseguir convencionalmente imponerse. Tratemos, por todos los medios posibles, de que la batalla sea solo dialéctica, aunque curiosamente el gobierno actual de España y la UE tratan de convencernos de la necesidad de invertir mucho más en armamento… Para ello, para poder elegir el camino pacífico nos son imprescindibles las certezas personales, los referentes ejemplificadores, la seguridad que de ellas se desprende para poder seguir sintiendo el principio rector del Universo, cual es el optimismo, sin el que nuestro sentido vital queda consecuentemente alterado. Pensemos, soñemos, tratemos de conseguir en la medida de nuestras fuerzas un mundo en el que el triunfo del bien, de la verdad, de la justicia permita el mejor gobierno posible. No desesperemos ante ese siempre nuevo vacío cotidiano y para ello resulta imprescindible sostener nuestro criterio con todas las verdades del pasado y del presente, que busquen la necesidad de que para que el poder no corrompa, o lo haga poco en la medida de lo posible, ha de compartirse.

    12 de abril de 2024

    A MODO DE CREENCIAS LAICAS

    Yo creo en la Belleza de los ojos del búho
    y en sus ojos que inspiran claridad y misterio.

    Yo creo en las montañas, los ríos , las llanuras,
    los mares, el desierto y en la luz que desprende
    por la tarde el roquedo. Una emoción me embriaga
    al contemplar el cielo en las noches serenas de junio
    la misma que me invade cuando en el mes de enero
    siento el aire más puro y blanco el campo. Creo
    en los pajarillos del bosque, de la roca y del suelo,
    en águilas y linces, en lirones y ciervos.

    Yo creo en el enigma de los conocimientos
    y en el canto chirriante de la lechuza creo.

    Yo creo en el AMOR a todas las verdades
    todas las estaciones y todos los recuerdos
    que celebren la VIDA y permitan los sueños.

    Julio Gómez Aranda

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