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NI PUTAS NI GUARRAS

Cristina Martínez Martín

El valor del esfuerzo

Me contaba ayer una amiga el calvario sufrido tras presentar denuncia sobre su ex pareja, la cual no aceptó ni acepta, después de cinco años de separación, un no por respuesta.

Durante esos cinco años, ella había soportado acoso en forma de acusaciones, falsas denuncias interpuestas, insultos, visitas,  llamadas de teléfono  indeseadas  e intempestivas y amenazas apenas veladas.  Pues su pareja, por conocerla muy bien tras una larga convivencia, sabía asestar la herida donde más daño moral, emocional y psicológico podía causarle.

Armada de la verdad y de un dossier en el que constaban muchas de esas injurias y de ese acoso continuo, además de la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo para repartir los bienes comunes, mi amiga presentó denuncia.

Había tardado cinco años en hacerlo porque pensaba que, con el tiempo, él cejaría en su empeño, y porque la sujetaba el cariño hacia él pese al daño recibido, el miedo a que él pudiese atentar contra su vida o la suya, como astutamente él le hizo creer, su culpabilidad por no ser capaz de seguir amándolo y, por último, la inercia de siglos de sumisión y sometimiento.

 

La susodicha en cuestión presentó denuncia un viernes en la policía a las dos de la tarde y le informaron de que en una semana aproximadamente la convocaría el juez.  El lunes a primera hora fue notificada de presentarse en el juzgado número tres de violencia de género de Alcalá de Guadaíra, al día siguiente, a las diez y media de la mañana.  Por haber transcurrido el fin de semana de por medio no había podido buscar todavía una abogada para representarla, de modo que el lunes lo pasó en una busca frenética, pero imposible.   La informaron de que tendría un abogado de oficio y tuvo que conformarse porque la premura de tiempo no le dejó espacio para nada más.

El lunes a las ocho y media de la mañana todavía no se había nombrado a ese abogado.  Cuando éste acudió, ella le explicó lo mejor que pudo y a toda prisa, el caso.  Luego el juez la interrogó entre cinco y diez minutos.  Le preguntó si el denunciado la había agredido físicamente, ella respondió negativamente, pero, explicó, se había marchado de su propia casa en varias ocasiones por miedo, pues estaba convencida de problemas psicológicos graves en el denunciado, el juez le preguntó si estaba diagnosticado con alguna enfermedad mental, ella respondió que no y ahí acabó el interrogatorio.

A las dos y media  de la tarde le comunicaron que el caso se archivaba porque no había indicios de ningún delito penal y las injurias eran simplemente una falta de decoro y de educación.

 

Con una mezcla de humillación, indignación, estupefacción y desamparo mi amiga resumía la situación:

“Si no te dicen puta y guarra, no hay insulto aunque te llamen ladrona, miserable, cínica, monstruo malvado, manipuladora, soberbia, etc.   Si no hay agresión física, no hay agresión.”

Caso siguiente.  Juez eficaz capaz de dirimir seis casos en una mañana.

No supe cómo consolarla…

 

Me consta que denunciar a la pareja o expareja implica una desesperación sin límites.   Una mujer no se atreve a hacerlo de no estar segura de que las cosas no se pueden arreglar de otro modo.  Denunciar implica valentía, arrojo y una gran dosis de ingenuidad por creer en la justicia.  Estoy convencida de que las mujeres no denunciamos porque sí.  Y no discuto que haya algunas mujeres que puedan hacerlo aprovechando las circunstancias de la ley para sacar partido de su situación, pero son las menos.  Por el contrario, la presión cultural y social provoca que muchas mujeres no se atrevan a denunciar situaciones insostenibles en las que son vejadas de continuo por sus parejas, porque en muchos casos, dependen de ellos económicamente.

MIEDO, SUFRIMIENTO, INDEFENSIÓN

Me consta también el gran avance que se ha logrado en los últimos años contra la lacra del machismo.  Ahora bien, no sólo por clavarle un cuchillo o por pegarle una paliza se puede matar a alguien.  Hay muchas formas de matar al otro.  Se le puede matar de miedo; el miedo que inmoviliza y convierte la vida de una persona en un infierno.  Se le puede matar de sufrimiento.   Vejando a esa persona hasta llevarla  a su aniquilación personal y social.  Se le puede matar por indefensión.  Cuando no se le presta la ayuda que necesita y se la ningunea…

Ni siquiera sabemos cuántas mujeres han muerto de pena y en silencio a lo largo de la historia.  Muchos cánceres que aparecen intempestivos y violentos podrían ser producto del malestar de una imposible convivencia, de la impotencia y del desamparo…

La ley penal en nuestro país tiene mucho que cambiar para adecuarse a una situación de igualdad entre hombres y mujeres y no anquilosarse en principios sustentados por siglos de machismo.

Mientras no hallemos la forma de respetar con la ayuda de la ley que un no, es no, estaremos sometidas a la indefensión y a la perpetuidad de esas agresiones.

Compartido  de la revista Mujeres del sur en Me too Sur
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