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El baile de dos corazones

Elena Martín de Argenta Sánchez

Pensamiento circular

El otro día observaba a alguien a quien quiero muchísimo y que, para mí, es como una hermana, bailando y disfrutando con su madre. Creo que es una de las situaciones que más ternura, emoción y deleite me ha generado en mucho tiempo.

Es conmovedor ver la complicidad en la mirada, el brillo en los ojos por compartir ese momento de intimidad y de transmigración a un universo único y compartido exclusivamente por ellas, sin necesidad de moverse del salón de casa para viajar a él, necesitando tan solo para ello la conexión de dos almas a las que unen unos lazos más potentes que las poderosas conexiones que pueden lograr la ciencia y la tecnología más punteras.

Pude sentir la belleza que subyace en esa forma de encontrar siempre la manera de volver a unirse, a reconectar, a sanar. A veces una canción compartida borra de un plumazo una sucesión de infaustos momentos e instala la relación en un lugar mucho más confortable y acogedor. Me hicieron reflexionar acerca de lo necesario que es saber ceder y armarse de paciencia y comprensión cuando realmente quieres a alguien.

Me enseñaron valiosas lecciones sobre las relaciones: a veces alguien no necesita expresar constantemente, ni con abrazos, ni con palabras de amor cuánto te quiere, porque lo hace de forma continua con cada palabra de aliento, con cada minuto de preocupación por tu sufrimiento, minuto que ni siquiera dedica al suyo propio, con el brillo en los ojos cuando te ve resurgir y resplandecer por fuera y -sobre todo y mucho más importante- por dentro. Que la sonrisa limpia, sincera y orgullosa de una madre que observa con admiración cómo brilla la persona a la que ha dado vida, cómo destila alegría en cada movimiento, cómo causa fascinación en cada persona que la conoce con su madurez, inteligencia, afabilidad y ganas de vivir, puede constituir la prueba más fehaciente del amor más puro. Que, paradójicamente, hay corazones tan inmensos que en ellos no cabe el rencor.

Dos mujeres que comparten un ciclo infinito de aprendizaje y cuidado mutuo, que admiran y disfrutan las cualidades de la otra: la perseverancia y la serenidad, la entrega absoluta a los demás y la habilidad de cuidar sin descuidarse.

Un vínculo indisoluble que en ocasiones transita caminos pedregosos, pero que está revestido de tanta fuerza que siempre será capaz de superarlos sin debilitarse ni quebrarse.

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