Cristina Martínez Martín
El valor del esfuerzo
¿Mayores o Viejos?
Los mayores estamos viviendo una etapa muy diferente a la que vivieron nuestros padres. Ya, ni siquiera, se nos llama viejos y, de llamarnos de ese modo, nos juzgamos insultados porque no nos sentimos viejos.
Viejo es aquél que ya no espera de la vida sino el morir tranquilo y lo más alejado posible de las preocupaciones y de la enfermedad. Viejo es aquel que vive en el pasado y se queja del presente. Aquel que tiene en cuenta sus achaques como si fuesen un castigo y no la consecuencia de un desgaste natural del paso del tiempo. Aquel que mira todo lo que ocurre a su alrededor con menosprecio e impotencia porque ya nada tiene que decir ni nada tiene que aportar. Aquel que quiere recibir la recompensa de una vida de trabajo y que no le hablen de nada más.
La televisión juega un papel importante en ese proceso de envenenamiento lento que es la vejez. La televisión va volviendo al cerebro cada vez más perezoso y apoltrona el cuerpo en una butaca o en un buen sofá. El exceso de medicamentos, la falta de esperanza, de futuro y de ejercicio hacen el resto.
Los mayores, en cambio, hemos comprendido que la jubilación abre una nueva etapa en nuestras vida. Por fin, tenemos tiempo para hacer todo aquello que hemos querido hacer toda la vida y no pudimos permitirnos siendo jóvenes, porque el trabajo y las responsabilidades nos dejaban exhaustos al término de los días y las vacaciones apenas nos servían para recuperar el aliento.
Los mayores nos cuidamos para disfrutar de las mejores condiciones físicas y mentales. Somos los mejores pacientes, unos entendidos en cuidados naturales y unos entusiastas viajeros que quieren descubrir todavía muchas cosas y aprender de todo mucho más. Los mayores nos manifestamos en favor de lo que creemos y no nos damos por vencidos frente las injusticias o las arbitrariedades y, por eso, todavía abogamos por cambiar el mundo y hacerlo mejor. Los mayores, además, disfrutamos de nuestros nietos sin sentirnos encadenados por sus cuidados.
No, los mayores no nos sentimos viejos por tener más edad porque, gracias a esa edad, hemos aprendido y nos hemos vuelto más sabios, más condescendientes y más tolerantes. Los mayores sabemos, en fin, que el paso del tiempo es inexorable y apreciamos en su justo valor la maravilla de vivir cada día.
Un comentario
Lo que llamamos “vejez” en ese «continuum» que es la vida es una categoría inventada por la mente humana. El sujeto, como todos los cambios alrededor que se producen a cada paso, no la percibe al momento. Son los demás los que te lo anuncian. O el espejo. El interior, la experiencia mental interna no lo detecta. Las nuevas generaciones de los que seguimos llamando “ancianos” no se reconocen en el estereotipo. Hoy pretendemos que el exterior replique el mismo proceso que cada cual hace en su interior: que nadie reconozca esa evolución, esa transformación lenta de cada día. Así pretendemos frenar lo que nos sobrepasa. Como decían los clásicos: Stillicidi casus lapidem cavat (Lucrecio, «De rerum natura» I, 313). “La caída gota a gota de agua horada la piedra”. Y la piedra es socavada sin darse cuenta, debería haber añadido. Así actúa el Tiempo. El error proviene de que nos planteamos la vida con paradigmas atrasados, «out of time», que tuvieron vigencia quizá en el periodo de adolescencia o juventud, pero que decaen en efectividad en otros momentos posteriores. La filosofía antigua proveía de una conducta «standard» para toda época de la vida: la sensatez cuando no apetece, el entusiasmo cuando ya no se estila. Pues la permanencia e imperturbabilidad de las cosas está en realidad dentro de nosotros, que somos quienes en verdad armamos la realidad según el relato personal que hacemos de ella. Como don Quijote. Es cuestión de adoptar la perspectiva adecuada sabiendo que las posiciones vitales no son nunca estables, que siempre transmutan. (Por eso lo del “cambio climático” es otro “bulo asustaviejas”, como las supersticiones y las religiones culpabilizadoras, que acongojaban a las masas en la Antigüedad para tenerlas bien sometidas por las élites, que curiosamente eran en su mayoría ateas y escépticas). Heráclito de Éfeso (540-480 a. C.) ya lo había constatado: la vida toda ella es cambio. La naturaleza, el tiempo erosionador, los árboles, los animales, las personas el macrouniverso y el microuniverso, todo está sujeto a cambio. Como las aguas de un río que nunca son las mismas todo fluye (PANTA RHEI); como nosotros, que somos, dejamos de ser y vamos a ser quienes fuimos, somos o seremos a un mismo tiempo.
Un filosofo estoico del s. I de nuestra era, Epicteto, decía: “lo que nos perturban no son las cosas, sino la opinión que tenemos de las cosas”. Deberíamos haber pensado siempre en ello desde que teníamos 13 años. Nos hubiera ido mejor.