DIOS, LA CIENCIA Y LA POLÍTICA.

DIOS, LA CIENCIA Y LA POLÍTICA.

Julio Gómez Aranda.

“Estoy convencido de que cuando un científico no trata problemas de ciencia, puede ser tan listo o tonto como cualquiera”.

Richard Feynman.

Tanto Peter Atkins como Richard Dawkins o Daniel Dennet figuran dentro del espectro ateo como representantes de relieve, y es precisamente frente a sus creencias materialistas contra quienes el doctor en Matemáticas de la Universidad de Oxford y asociado a la Filosofía de la Ciencia John Lennox evidencia un discurso teísta de rigor, rayano, a mi modo de ver, en la excelencia. Se trata del libro “¿Ha enterrado la Ciencia a Dios?” del que es autor y que paso a sintetizar, incorporando algún que otro comentario.

Dichos autores racionalistas parten de un concepto de fe, enemigo de la ciencia y en absoluto racional, así como de un concepto de Dios que sirve de justificante ante la ignorancia propia de quien no quiere comprender el mundo, el universo, la vida… aplicando a los creyentes, curiosamente, el criterio dogmático que guía sus conclusiones: una fe atea que carece de evidencias científicas.

En principio, si miramos con objetividad el pasado, el inicio de la Ciencia está  fundamentado en la religión, en teístas convencidos, como Galileo, Kepler,  Pascal, Boyle, Newton, Faraday, Mendel, Pasteur, Kelvin, Maxwell…, citando  especialmente a Francis Bacon (1561-1626) eminente pensador inglés de la edad  moderna, considerado como el fundador del empirismo filosófico y de la ciencia  experimental, que resaltaba en los dos libros básicos de todo saber pretendidamente  veraz: La Biblia y La Naturaleza, que había que leer en profundidad y con detenimiento  para poder comprender el propio discurrir del conocimiento. A su vez, Lennox pone de  manifiesto ciertos mitos que enfrentan la religión con la ciencia como el que se ha  divulgado sobre Galileo, evidenciando que ni fue maltratado por la Iglesia, así como  tampoco se enfrentó a la misma, sino que fueron los aristotélicos profesores de las  universidades de la época a quienes contradijo, siendo estos quienes trataron por todos  los medios de desprestigiarle ante el papa, Urbano VIII, al que también al parecer  ridiculizó con el personaje de Simplicio en sus célebres Diálogos.

Así pues, fueron la envidia de sus colegas y su falta de diplomacia con la institución eclesiástica, la causa de que tuviera que retirarse ciertamente de la vida pública, empero a un arresto domiciliario en palacetes de sus amigos. Lo que deja bien claro es que lo que discutió Galileo no fue la Biblia, sino el principio de autoridad basado en la cosmovisión aristotélica, en el que fundamentaban sus reaccionarios colegas sus doctrinas. Este tipo de falsificación de la historia está ocurriendo también ahora con  la idealización de los indígenas; caso evidente el de México, en el que, para desacreditar  al imperio español, olvidan la crueldad terrible de la sociedad azteca, y que el  cristianismo de los reyes católicos convertía a todo indígena, una vez bautizado, en  súbdito del reino de España con los mismos derechos que los aquí nacidos; sin ser  conscientes además de que son precisamente ellos, los sucesores del cruce genético con  los conquistadores, quienes han dado lugar a los estados actuales.

Por otra parte, nos dice que el debate ideológico que sobre la religión se  produce, estriba no tanto entre ateos y teístas que tratan de fundamentar Dios sí o Dios  no, como en un enfrentamiento de cosmovisiones Materialismo/Naturalismo versus  Idealismo/Espiritualidad que, evidentemente, ha de estar abierto al criterio científico,  y que en principio, no haría mal en declararse, desde un pensamiento  filosófico, sinceramente ignorante ante una Realidad inabarcable de la que conocemos  tan poco.

En este sentido, Lennox nos advierte del reduccionismo cientificista, no sólo desde el punto de vista metodológico, al que, citando a Hilbert con su pretensión de explicar plenamente el mundo desde postulados matemáticos, le contrapone precisamente la imposibilidad de ello, mediante el teorema de Incompletitud de Gödel, con el que se evidencia la necesidad de recurrir a postulados superiores y ajenos a los principios aritméticos iniciales. Ello nos podría conducir a aceptar que la coherencia de  las matemáticas no se puede explicar sin la fe en las mates, y también a que el  reduccionismo epistemológico conllevaría una imposible explicación original de lo más  complejo en base exclusivamente a los más simple; lo cual nos conduciría a concluir que  el universo tiene una explicación radicalmente física, de la que derivarían la química, la  biología… y siguiendo el mismo esquema, la teología podría ser explicada por una  sociología más o menos primaria. Culminando el reduccionismo materialista con la pretensión ontológica de que todo es sencillamente una información biológica -ADN- que por sí sola permite la Vida. Lo cual, científicamente, sabemos que no es posible pues requiere la colaboración de toda la célula.

Citando a John Polkinghorne, físico de la Universidad de Cambridge: “Lo irracional no puede ser la base de la racionalidad”, ya que si ello fuera así no habría racionalidad posible que pudiera derivarse de una secuenciación fría y carente de sentido. A lo que podríamos añadir que conceptos como Bien, Verdad y Belleza no son exclusivamente materiales, aunque evidentemente tengan una proyección que sí lo sea. Sencillamente porque las palabras son además vibración y energía palpitante.  ¿Hágase la luz? ¿Hágase el ordenador? ¿A imagen y semejanza?

La ciencia, aunque trasciende los ámbitos de las naciones, de las razas y de  las ideologías, y con el descubrimiento de nuevos cómo explicativos nos ayuda  a comprender mejor el mundo, tiene unos límites objetivos que se evidencian a la hora  de encontrar causas plenas, pues resulta insuficiente a la hora de explicar el por qué y  el para qué de lo que acontece; de hecho llevada al extremo, como les ocurre a los  que sostienen un naturalismo materialista radical, al no poder explicar el origen y el  sentido de manera satisfactoria acaban renunciando a ambos, decayendo en una azarosa  y absurda no-causa, así como en un nihilismo utilitarista de escaso fundamento ético. Y ya se sabe: sin moral, el placer, el hedonismo, se impone como ideología inevitablemente decadente.

Acaso nuestro presente político no es lo suficientemente esclarecedor.  Cabe también una actitud más prudente como el célebre “Ignoramus et ignorabimus” propia del agnosticismo moderno, no tanto del radical ateo. A mi modo de ver, la Naturaleza evoluciona porque evidentemente lleva implícito lo sobrenatural, sin lo cual no sería posible ninguna evolución con sentido. Lennox cita curiosamente a un ateo que lo fue de renombre, el filósofo analítico Antony Flew que predicaba el principio socrático: “sigue la evidencia hasta donde te lleve”, y que acaba aceptando la necesidad de una inteligencia superior para poder comprender racionalmente y que obviamente ha de implicar también sentir. En este sentido, la geometrización exclusiva del conocimiento no es posible, aunque Platón quiera desterrar la poesía de la política, sin el sentimiento de felicidad que acompaña siempre a la compresión de lo real, aunque lógicamente nos aporte una base intelectual rigurosa e imprescindible para vivir racionalmente. Mas no basta, pues al desvincularla de lo emocional, reduciría lo esencial a un cúmulo de frías abstracciones. En este sentido, la razón, bien es cierto que nos libera de prejuicios, de supersticiones…, empero pretender liberarla de las emociones y de los sentimientos sería como querer que los pájaros volaran sin aire. Y ello, a poco que se piense, resulta obvio.  Lo que no comprendo es como personas de gran categoría intelectual lo continúan sosteniendo. Y lógicamente, respetando su decisión, confronto con ellos radicalmente, consciente de mi ignorancia, así como de que es la necesidad de debatir dialécticamente, no solo el requisito imprescindible para poder filosofar sino también el garante de una fe viva.

Como resultará obvio, el Dios de los vacíos o de lo inexplicable no se puede aplicar al Dios en el que todos somos, Spinoza también. Aunque desde mi perspectiva, no se acierte a ver que San Juan Bosco, por poner un ejemplo, vale más, es decir, tiene mayor relieve como ser humano, como persona, que cualquier científico, artista, filósofo, político…

Marx, con el que comparto la intención de ayudar a los más débiles, a los que más sufren la injusticia; el que, si yo no lo interpreto mal, pretendía evitarla, modificando unas estructuras utilizadas por los poderosos en base a la ideología de la lucha de clases (que curiosamente no se manifiesta en ninguna guerra entre estados), y fundamentando en la economía la esencialidad del convivir humano. Bien es cierto que tenía en parte razón y más altura moral que el gobierno totalitario más eugenista de todos, o ¿acaso EE. UU., G.B., Canadá, Suecia… no lo fueron?  Me refiero a aquel que fundamentó en el ADN el racismo más abyecto y decía que no existía la verdad, ni en el sentido científico ni en el ético. Y hoy que Dios ha sido sustituido por el dinero, y la economía se ha convertido en la ciencia de las ciencias en los telediarios, disiento de ello pues creo que no, estoy convencido de que no es el dinero, ni las leyes, aunque condicionen mucho, el centro neurálgico del pensamiento humano.  “Leges sine moribus vanae”, que diría Horacio.

Son las creencias morales, es la ética, la clave de todos los modelos de organización de la convivencia social. Y la moral, la ética le deben mucho a la religión, y la que predica Jesús está muy por encima de tanto confundir valor y precio, sencillamente, porque “amar a los enemigos” no es que sea antinatural, aunque desde un punto de vista del darwinismo social pudiera parecerlo, sino algo más trascendente y para mí sin duda sobrenatural. Liberarse del odio, hacia los que nos ponen zancadillas, nos pretenden dominar o maltratarnos, exige un conocimiento no solo científico sino esencialmente moral, espiritual por mejor decir, requiere de ese conocimiento algo más profundo que denominamos sabiduría. Y aunque yo no la alcance sí me doy cuenta de ello. Habremos de coincidir, ateos y teístas, en que nuestro verdadero enemigo es la ignorancia y por lo tanto ser algo más humildes, menos arrogantes a la hora de concluir sobre lo que desconocemos.

Además, el trabajo de los trabajos, y que todos, a cada instante, de alguna manera hemos de afrontar es aquel que Aristóteles entendía como la función de funciones, es decir, el hecho de pensar como seres sintientes. Y en este entramado de complejidades conceptuales he de destacar dos que considero relevantes: de un lado la idea de Libertad, que se ha vinculado precisamente dentro de una visión materialista a las leyes del dominio sobre los otros, menospreciando aquella que es producto de la conquista interior, del dominio de uno mismo, a través del amor al conocimiento y la virtud. Y de otra, el concepto de Felicidad que ha pasado a identificarse con el de placer, dentro de un marco de igualdad mal entendida, como si no fuese el libre albedrío la causa fundamental de las desigualdades. La libertad si no está conducida por principios morales, además de propiciar irresponsabilidades, puede incurrir en una aberrante pleonexía que tiende a borrar toda justificación ética, con el consiguiente desvarío nihilista de lo racional. ¿Nada nos satisface? ¿Todo vale? ¿El fin justifica siempre cualquier medio?

De otra parte, hemos de evitar esa descalificación adjetiva que propicia el desencuentro, como ultra, fascista, socialcomunista, populista, buenismo… que carecen de rigor conceptual y se utilizan para mantener viva no la búsqueda de la verdad para una mejor convivencia, sino la denigración absoluta de versiones en principio complementarias a la hora de interpretar la Realidad. En relación con populismo  y buenismo, palabras derivadas de pueblo y bueno, se pretende en el fondo no solo no  caer en una sobre idealización del ser humano, que también somos un poco lo que  dicen Hobbes o Maquiavelo, sino ocultar su reverso,  esto es un “malismo elitista”, propio de quienes desprecian la bondad también natural de  las personas, en especial de los que aún no han aprendido a pensar, y que podríamos  definir como la forma con la que las oligarquías de peor calaña medran a través de la  ignorancia y de la ingenuidad de la gente.

En 1802, el filósofo y teólogo William Paley (1743-1805) expuso en su famosa analogía del relojero el argumento básico para el diseño inteligente: la complejidad y funcionalidad de un reloj implica la existencia de un relojero; de forma análoga, la complejidad y funcionalidad de los seres vivos implica también la existencia de un creador. Curiosamente fue atacado por teólogos como el católico Newman Henry aludiendo a que se oponía al cristianismo, por ser excesivamente racionalista, y que en realidad obedecía a una rivalidad Oxford – Cambridge. De hecho, el filósofo analítico y matemático Bertrand Russell, agnóstico y ateo, lo considera de una lógica aplastante, aludiendo a que ni siquiera Hume acertó a contradecirlo. Para mí, no ofrece duda. Darwin que, en principio admiraba a Paley tanto como a Euclides, al descubrir las leyes de la evolución desconfió de su alcance, aunque, sin duda, el reloj que se diese cuerda a sí mismo y que él propone para su teoría evolutiva requiera de un relojero mucho más sabio y humanamente inimaginable. En este sentido, John Lennox pone en tela de juicio el concepto polisémico de evolución, y la acepta cuando es entendida como cambio o transformación, y en su sentido de deriva genética y mutaciones, aunque haya que tener en cuenta que su inmensa mayoría son deletéreas.

Ahora bien, lo pone en duda, cuando se pretende que la teoría evolutiva sea cierta en el ámbito macro evolutivo, como proceso ciego y no guiado, así como en los moleculares, puesto que requieren para su configuración no solo un ADN replicante, sino de la colaboración de toda la unidad celular para que la vida se manifieste como tal. Admitir que el azar y la necesidad sean la causa exclusiva de su desarrollo es absurdo desde el punto de vista temporal, así como la suposición de una selección natural prebiológica. En principio, porque la complejidad de las moléculas que posibilitan la vida, si su origen fuese azaroso, necesitan de un periodo de tiempo que superaría con creces la edad actual del universo aceptada, a no ser que aceptemos la existencia de un campo de inteligencia alimentado por una información que no viene del propio sistema.  De otra parte, se sabe hoy que los procesos evolutivos revelan cierto “estasis” y apariciones y desapariciones repentinas, así como en el registro fósil, existen una enorme cantidad de vacíos que dificultan concluir la evolución como la única explicación posible.  Curiosamente cuando el científico Chino Jun Yuan Chen, en 1991, la pone en duda por falta de argumentos plenos, y es criticado despiadadamente por científicos americanos como reaccionario, comenta que curiosamente en China no puede criticarse al gobierno aunque sí la evolución y en USA sin embargo ocurra lo contrario. Lo cual, pone en evidencia que cuando el verdadero corazón de la ciencia, que está siempre abierto a la búsqueda constante de evidencias, se cercena, hemos de admitir que cualquier cosmovisión absoluta de la Realidad correspondería, más bien, a una disputa ideológico-política que científica.

Sin embargo, este evolucionismo metafísico se ha transformado en una especie de religión secular, dogmática e indiscutible que los personajes citados en el inicio presuponen de manera absoluta, despreciando a quienes se les ocurra discutirlo. De tal manera que llegan a enfrentamientos causados por los intolerantes. Hemos de reconocer que la discontinuidad entre lo orgánico y lo inorgánico continúa siendo un enigma a no ser que se pretenda que no existe tal. Además, la estructura de una bacteria resulta ser muy similar a la de una neurona salvo en cuanto a su grado de especialización.  Incluso el célebre experimento de Miller (1950) y Oparin (1920) continúa siendo una conjetura cada vez más alejada de poder ser cierta, pues las últimas posibles opciones de la composición de la atmósfera original no coinciden con la inicialmente supuesta.

Por otra parte, la enorme cantidad de átomos que configuran una proteína, así como sus rígidas formas quirales (L/D), requieren de un ADN ya configurado para poder ser elaboradas, lo cual impide deducir, desde un punto de vista materialista, una conclusión satisfactoria. El ajuste denominado fino es tan extraordinario que no es posible que se produzca de manera no guiada. El físico Paul Davies dice: Inyectar energía en una pila de ladrillos y pretender que se organice para formar una casa es tan descabellado como pretender que una bomba al estallar sea capaz de reunificar de manera ordenada las piezas sueltas de un vehículo, y no olvidemos que cualquier artefacto resulta extremadamente simple comparado con la estructura de una sencilla bacteria. De igual forma podríamos aludir al principio antrópico. El universo es inteligible, como si respondiese a nuestra propia forma de pensar y conocer. Claro está que el Dios al que Lennox alude, y que yo comparto, no se trata de un Dios sugerido por una intelectualidad perezosa, sino el derivado al tratar de comprender la inteligibilidad del universo, que como dice el premio nobel de física, Arno Penzias: “el conocimiento astronómico nos conduce a un universo creado con un delicadísimo equilibrio que permite la vida y un plan subyacente”. En este sentido, Einstein decía que cuanto más ampliamos el conocimiento del Cosmos más orden y equilibrio aparecen. Y en esta misma línea opinan Penrose y Paul Wigner, nobel de física, aludiendo a la necesidad de una razón profunda que lo posibilite.

Resulta, cuanto menos curioso, que los científicos ateos crean que existe una razón para todo, y sin embargo ninguna para la Razón de razones. Para ultimar esta breve síntesis, me gustaría romper una punta de lanza hacia la historia del pensamiento español. Si bien, el enfoque protestante propició en buena medida, frente al católico,  cierta subjetividad, Lennox construye en su libro ¿Ha enterrado la Ciencia a Dios? una realidad intelectual que comparto plenamente y a la que me permito añadir para que  la evidencia teísta sea de mayor relieve político, dado que en este ámbito, en  nuestro presente se menosprecia tanto el hecho religioso, además de la figura de Santo Tomás de Aquino, al que cita, toda una serie de teólogos de nuestra Escuela de  Salamanca, como Francisco de Vitoria (dominico y considerado padre del derecho  internacional), Domingo de Soto (dominico, fue el primero en establecer que un cuerpo  en caída libre sufre una aceleración constante, que posteriormente Newton desarrollaría  y citado por Hayek al recibir el nobel por sus estudios sobre economía), Martín de  Azpilcueta (agustino, disertó ante el emperador Carlos V acerca del origen democrático  del poder político), Juan de Mariana (jesuita, historiador), Suárez (jesuita y máximo  representante de la citada Escuela, la cual renovó los conceptos medievales del derecho  mediante una reivindicación de la libertad del hombre. Iniciándose así una doctrina jurídica que reclamaba los derechos naturales del hombre a la vida, a la dignidad, a la propiedad, a la libertad de pensamiento…) de los siglos XV, XVI y XVII, que, aun configurando el referente esencial de los tan cacareados Derechos Humanos y que sorprendentemente pretenda ser el soporte ético de la agenda global en la que estamos involucrados, lamentable y sospechosamente no se enseñe en nuestros centros educativos.

¿Si a la hora de plantear un problema olvidamos el teorema que lo fundamenta, al tratar de resolverlo, las posibles soluciones que origine no estarán extraviadas?

 

Córdoba a 5 de marzo de 2023

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2 respuestas

  1. Traducción abreviada de una reseña del libro de Lennox en Amazon.com firmada por B Anderson:

    Este libro es un desastre y he perdido la cuenta de las veces que John Lennox emplea un argumento de «apelación a la autoridad». Su libro está lleno de ellos e incluso se toma la molestia de compilar una lista de científicos creyentes en Dios como «prueba» de la existencia de Dios; siendo este el Dios cristiano, por supuesto, no el Dios musulmán, o cualquier otro que Lennox considera como un Dios ‘falso’. El propósito de ello es convencer al lector de que debido a que muchos científicos respetados creen en Dios, eso constituye un argumento. Esto es absurdo porque puede contrarrestarse simplemente presentando una larga lista de científicos respetados que no creen en Dios. Puedo imaginar perfectamente a Lennox afirmando que «mis científicos son mejores que los suyos».

    Hay muchísimos defectos en su libro, pero tomemos el capítulo 8 como ejemplo. John usa la ingeniosa táctica de sugerir al lector que solo puede haber una de dos explicaciones para una cuestión compleja: cómo surgió la vida. Hace todo lo posible para presentar al lector la aparente improbabilidad de que la vida aparezca por casualidad y luego llega a la conclusión de que, dado que la probabilidad era tan pequeña, debe haberlo hecho Dios. Sin embargo, lo que John no logra hacer es presentar ninguna evidencia creíble de que no solo lo hizo algún Dios, sino que fue “su” Dios quien lo hizo. Y, si quiere apuntar a la Biblia y la historia de la creación como ‘prueba’ porque afirma que el Dios de la Biblia (Yavé) creó la vida en la tierra, entonces esa afirmación puede ser contrarrestada con que… el Corán nos dice que Alá lo hizo…

    Pasemos ahora a la experiencia personal. Según John, es otro argumento. El problema, sin embargo, es que no son solo los cristianos los que experimentan estos fuertes sentimientos emocionales. Tomemos como ejemplo a la ex estrella del pop Cat Stevens. Tuvo un momento muy emotivo en su vida y buscó a Dios, y como resultado se convirtió en musulmán. Así fue su «experiencia personal». Aparentemente, puede llevarte al Dios «equivocado». Y, dicho sea de paso, conocí a alguien que experimentó una situación muy emotiva en su vida y se acercó a Dios para que lo ayudara, y como resultado se convirtió en mormón. Debe haber millones que han tenido una «experiencia personal de Dios» y luego se han convertido en adoradores de todo tipo de dioses.

    El libro está lleno de agujeros, pero no dudo que su lectura sea muy atractiva para aquellos que no se molestan en mirar de cerca sus argumentos y escudriñarlos. Sin embargo, creo que lo más triste de todo es que en realidad persuade a la gente a unirse a su fantasía religiosa basándose en sus argumentos defectuosos. De hecho, compré el libro porque había oído que sus argumentos eran sólidos pero no aguantan ni el mínimo escrutinio.
    —-
    Fin de la traducción: finalmente un consejo: los que critican la teoría de la evolución bien harían en conocerla antes mínimamente. Así evitarían el quedar en evidencia repitiendo tópicos que ya se han refutado mil veces, como la ausencia de fósiles de transición o el argumento del relojero ciego. Una simple búsqueda de «15 answers to creationist nonsense» en Google debería llevar a un artículo del Scientific American donde se responde a esos y otros «argumentos».
    Por último, es esclarecedor cómo, con la excusa de argumentos filosóficos y sembrando la duda sobre teorías científicas (que si han alcanzado el estatus de teoría científica es precisamente porque han aguantado hasta el momento todos los intentos de falsarlas) se intenta sustentar una fe concreta cuando, en el mejor de los casos, ello solo podría llevar a un teísmo o deísmo filosóficos (y ni eso se consigue, pregunten cuántos filósofos aceptan tal o cual «prueba» de la existencia de dios). Si para explicar el orden y la razón hay que recurrir a un orden y razón más elevada, más nos convendria reconocer que no tenemos ni idea del origen de todo ello en lugar de encasquetar la palabra «Dios» como si explicase algo. Por suerte, tenemos teorías que explican lo complejo a partir de lo simple. Por supuesto no todo puede explicarse, pero pretender aclarar el misterio de por qué hay algo en lugar de nada con algo aún más misterioso y complejo que el universo no es una explicación de nada.

    1. Estimado-a: ¿Entia non sunt multiplicanda? ¿Navaja de Ockhan?

      Resulta evidente que B. Anderson no ha leído de la misma forma el libro que comento en este artículo. Yo lo he hecho con la intención de comprender, buscando la verdad en la que sí creo, no para dominar sino para compartir. Y lo he pasado bien. Sin embargo, cuando la crítica se convierte en rechazo total de manera virulenta, lo que se percibe es que se trata más de una reacción que de una respuesta, y por consiguiente más instintiva que reflexiva.

      Considero que siempre se puede aprender algo, incluso del más ignorante de nosotros, cuanto no más de un libro de tanta enjundia como el de Lennox. Las descalificaciones absolutas reflejan además cierto rechazo a lo que en principio es complementario (“sí” y “no” son componentes esenciales, estructurales podríamos decir, del pensamiento humano), y así mismo ponen en evidencia ese grado extremo del orgullo cual es la soberbia, que acaba predisponiéndonos no precisamente a la razonable dialéctica, imprescindible en todo progreso de la vida humana, sino a una lucha encarnizada que impele más que a la Vida a la supervivencia. ¿Acaso ello no es signo de barbarie?

      Lennox no niega de manera rotunda la evolución, eso sería absurdo, sino que no la acepta cuando se pretende imponer como dogma absoluto, como la única explicación posible de las evidentes interacciones entre la materia y la energía a lo largo del tiempo, ya sean entendidas como, físicas, químicas, biológicas, antropológicas, cosmológicas… De igual forma dejo bien claro que, aunque a mí me convenza plenamente su argumentario, soy consciente de la limitación de mi conocimiento y no pretendo en modo alguno que se acepte ni que se rechace sin la adecuada argumentación. Es imprescindible asumir que en toda perspectiva que pretenda ser holista hay algo de verdad. ¿Quién se atreve a postular que no tenemos todos un poco de razón? Solo los insensatos.

      En cuanto a la idea de un Dios creador en su esencia es la misma creencia tanto para cristianos, judíos, islámicos, budistas …, otra cosa es que a la hora de concretarlo cada cultura lo revista poniendo de manifiesto el filtro de los alcances racionales a los que ha llegado.

      En relación con la apelación a la autoridad, Lennox lo hace desde una perspectiva histórica, donde evidencia que la ciencia actual es deudora de todos esos científicos teístas que encontraron en Dios su fundamento de vida. Yo me permito añadir que también la Moral, la Ética, incluyendo la atea, debe mucho al hecho religioso. Así mismo soy consciente de que existen una religiosidad y un ateísmo sensatos. A mi modo de ver ello es inapelable, es decir, estoy seguro de ello, aceptando como no, que existen ideologías de muy variada sustancia que no solo lo puedan poner en duda, sino que lo nieguen porque desde la racionalidad no puede ser comprendido.

      Para terminar, he de agradecer tu comentario, pues toda confrontación problemática, y el hecho de pensar sobre conceptos clave siempre lo es, si va guiada por la búsqueda de la verdad sin duda favorecerá una sociedad más reflexiva, más próspera, tan necesaria en un presente tan escaso de horizontes de felicidad y lamentablemente distópica.

      Recibe un cordial saludo y me permito terminar preguntándote: ¿no te parece más correcto realizar el comentario sin necesidad de camuflaje? ¿Acaso estás viendo pájaros y temes que se espanten?

      Julio Gómez Aranda Córdoba a 19 de marzo de 2023.

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