Nosotros, los babyboomers…

Cristina Martínez Martín

El valor del esfuerzo

Tras la segunda guerra mundial se produjo una explosión de nacimientos como reacción a la hecatombe. Había que reponer el stock de vidas tronchadas, porque un mundo despoblado no era mundo…

El baby boom de los años cincuenta y principio de los sesenta generó sangre nueva en todos los países. Los que nos hemos jubilado recientemente o estamos a punto de hacerlo, somos producto de ese fenómeno. Nuestra generación creció sobre los escombros de esa destrucción y, pese a la escasez de nuestras familias (feliz el que podía merendar pan con aceite o pan y una onza de chocolate), hemos desarrollado nuestras vidas con cierta placidez y años de bonanza. En esta etapa, nosotros, los afortunados que crecimos con estrecheces, y nos hicimos hueco en la sociedad a base de esfuerzo, constituimos el poder gris, eso proclaman los sociólogos, porque gris es el color de nuestro cabello. Y, según ellos, detentamos el poder en la sociedad actual, razón por la que la juventud nos envidia…

Puede ser…

La medicina ha avanzado en todos sus frentes y la vida se alarga. Gozamos de mejor salud que nuestros mayores y aun tenemos muchos años por delante. No hay quien nos pare. Con la jubilación hacemos virguerías. No nos sentimos viejos, sólo maduros. Disfrutamos de una relativa estabilidad económica conseguida con constancia de hormigas. Aprovechamos con entusiasmo las ventajas que el sistema social nos ofrece. Y disponemos, en fin, de unos privilegios que los jóvenes nos envidian. Ahora bien, todo no es perfecto. Porque también somos nosotros los que nos ocupamos de nuestros mayores con total entrega hasta su partida y también somos nosotros quienes, en muchos casos, nos ocupamos de nuestros hijos y nietos con generosidad.

En el presente, de nuevo asoman en el horizonte los cuatro jinetes del apocalipsis con sus armas afiladas: el hambre, la guerra, la peste y la muerte…

Estamos inmersos en una guerra sin escrúpulos ni conciencia en la que algunos países esclavizan a otros con el fin de hacerse con sus recursos, y los condenan al hambre. Hay otras guerras en las que el fanatismo y el populismo proliferan cogidos de la mano. Hoy existen armas nucleares con mucho mayor poder de destrucción que las que pusieron fin a la guerra en el Pacífico y están en manos de países como Corea del Norte o Irán. Las grandes potencias, que también  tienen estas armas, se enseñan los dientes los unos a los otros, poniéndonos a todos en el riesgo de una tercera guerra mundial.

La nueva peste, o sea, el covid, ha mermado nuestra habitual alegría y modo de vida, y nos mantiene a todos acobardados e inseguros frente a la muerte. Y hay quien dice, además, que fue un invento para hacer una limpia de viejos

Aparte de todos estos temores que ensombrecen nuestros días y que dependen de factores externos, otro de los pilares de nuestro bienestar nos falla ¿para qué ocultarlo?, ¡benditos aquellos que no lo padecen! Porque, justo en esta etapa en la que más cariño, tolerancia y afecto se necesita, nos encontramos, en muchos casos, cara a cara con la soledad. La generación que nos sustituye y que tuvo una niñez mimada, ha crecido creyendo que merece todo por el hecho de existir, y que nada tiene que devolver a cambio. En otros aspectos no, pero en lo de educar a nuestros hijos en ser solidarios y agradecidos, me temo que “algo” hemos fallado.

Imagen tomada de istockphoto.com

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