Carlos Luis Beltrán García
El nuevo líder de la primera potencia mundial, Donald Trump, ha sido rápido y claro en sus primeras decisiones: retirada de EEUU del acuerdo comercial Asia-Pacífico (TransPacífico), y reunión este viernes con la primer ministro británica Theresa May, a la que ha prometido (a esta sí) un rápido y beneficioso acuerdo comercial en caso de que se ejecute el famoso Brexit. Los líderes del Reino Unido y Estados Unidos, lejos de comportarse de forma novedosa (irracional sí, pero no novedosa) están repitiendo actuaciones que ya se dieron en los años 30 del pasado siglo y que solo condujeron a un retroceso del comercio mundial y a un mayor daño sobre otros países más pobres. En la conferencia de Ottawa (1932), Inglaterra, el todavía socio de la Unión Européa, realizó una maniobra similar cerrando sus mercados a terceros países y abriéndose a su ya agonizante imperio. Esa acción sirvió únicamente para desestabilizar la economía de otros estados.
El nuevo presidente americano está comenzando a ejecutar lo que ya anunció en la campaña electoral. Su gobierno se retirará de todos aquellos acuerdos que considera empobrecen a los trabajadores de su país y que hacen que fábricas estadounidenses se cierren para abrirse en países como México o China. La aproximación de EEUU hacia el Reino Unido deja clara su postura de que está dispuesto a abrir sus mercados a aquellos que son sus aliados, aquellos que les han apoyado de forma incondicional en guerras, a los que, llegado el momento, no ha dudado en proteger usando su ejército en dos guerras mundiales. Una relación de socios y aliados que nace de una afinidad cultural e histórica evidente y profunda, uno es el origen y “madre patria” del otro.
Hacia una nueva conferencia de Ottawa.
La Conferencia Económica Imperial o Conferencia de Ottawa (1932) guarda ciertas similitudes con los actuales movimientos. Un Imperio Británico en decadencia pero aún con mucha fuerza económica decidió elevar los aranceles a países terceros a la vez que reducía impuestos y daba preferencia a los productos de sus territorios y antiguas colonias (Canadá, Australia, Sudáfrica). La medida, más que un acierto para nadie, se reveló como un elemento que desestabilizó la economía de varios estados. Argentina, en aquel momento muy dependiente de las exportaciones de carne a Inglaterra (significaban un 36% de sus exportaciones totales), se vio muy afectada. El tratado Roca-Runciman (1933) permitió mantener el mercado británico abierto a las exportaciones argentinas a un coste muy elevado. A cambio, las inversiones británicas fueron tratadas de forma preferente, se les cedió un monopolio (transporte de Buenos Aires) y un trato privilegiado a sus barcos frigoríficos (los barcos frigoríficos argentinos no competirían con los británicos). Además, el Banco Central de la República Argentina fue fundado con capitales y personal principalmente británico, lo que significó de facto una intervención de su economía. La desestabilización económica del país sudamericano desembocó en una fuerte crisis social y política.
Podemos afirmar así que, además del demostrado daño que a las economías de los países les causa las restricciones al comercio, el giro nacionalista (o imperial) del gobierno británico significó un desequilibrio de fuerzas en el comercio entre países. Quedó claro quién mandaba y que el que mandaba imponía sus condiciones, como en el patio de un colegio.
La actual política de EEUU con sus hasta ahora socios comerciales puede desembocar en algo parecido. Pongamos a México de ejemplo. Las exportaciones de productos aztecas a EEUU suponen un 73% de sus exportaciones totales (291 frente a 401 miles de millones de dólares, año 2014). De EEUU vienen un 51% de los productos importados por México. Mientras que la dependencia de México respecto a EEUU es muy elevada, no ocurre así en el sentido contrario. México es el destino de un 13% de sus exportaciones y también un 13% de los bienes que importa proceden del país hispano. El 73% de las exportaciones de México suponen el 13% de las importaciones de EEUU, es fácil prever a quién perjudicaría más un cambio en las condiciones del tratado de libre comercio NAFTA. Aunque no todas las relaciones económicas de EEUU con otros países son iguales; China vende a USA un 18% de sus exportaciones totales (año 2014), e importa del país americano un 8,8% del total, porcentajes similares a los de EEUU (China es el 9,2% de sus exportaciones globales y el 20% de sus importaciones).
De las políticas adoptadas en 1932 a las que se están adoptando en este año 2017 y a sus consecuencias hay semejanzas, pero también disimilitudes. Los parecidos son los que acabo de relatar en este artículo, sigue habiendo países más o menos dependientes económicamente de otros, países más o menos débiles. Pero también hay diferencias. La primera es que estamos en un mundo cada vez más interrelacionado, en la que la renuncia al comercio con otros países, por grande que sea tu mercado interior (mercado de EEUU) o el de tus aliados (Reino Unido), puede ser muy gravoso. No es un único tipo de producto el que USA importa de México, importa materias primas, pero también coches y productos intermedios con valor añadido; no estamos hablando de un solo bien como fue el caso de la carne argentina. Esta interrelación hace que muchas de las presiones que el gobierno norteamericano pueda ejercer sobre grandes fabricantes para que sus plantas se queden en EEUU acaben siendo papel mojado. En la mayoría de los países en que se han dado situaciones similares, estas “cesiones rápidas” a la presión del gobierno han significado mucho dinero público gastado en subvenciones, y la inexorable marcha de los fabricantes, que, tarde o temprano, acaban funcionando por criterios estrictamente económicos (son los únicos racionales en todo esto). La segunda diferencia es la importancia de pertenecer a grandes bloques económicos, como la UE. En Hispanoamérica no han cristalizado proyectos económicos y políticos de integración, que les podrían proteger frente a terceros. Ni Mercosur ni la Alianza del Pacífico son comparables en dimensiones e integración a la UE. Esto hace que el desequilibrio de fuerzas, de cara a una negociación entre USA y cualquier país Hispanoamericano, esté totalmente descompensada. Este no es no es el caso de los países europeos que hasta el momento integran la Unión Europea.
Para terminar, el giro proteccionista que está tomando la política estadounidense parece más propio de otras épocas y tomado más a la ligera de lo que debería. El proteccionismo traerá problemas a países terceros, pero también a los Estados Unidos. Esperemos que cuando ese coste se empiece a ver, la cordura y la moderación vuelvan a imponerse en las relaciones internacionales.