Prisionero 773
Por fin su sueño se había cumplido. Después del largo viaje que le había llevado desde su aldea hasta aquel puerto en la costa, iba a hacer realidad sus esperanzas y estaba a punto de subirse al barco que le llevaría al paraíso, a esa Europa con la que llevaba soñando desde siempre y de la que su hermano mayor, Ibrahim, le hablaba en sus cartas. Ibrahim le contaba cómo se vive en España, que en su casa tiene televisión… y cuarto de baño… y frigorífico… y…
Y Ahmed, que así se llama nuestro hombre, había vendido su cabaña y el rebaño de cabras que le habían permitido vivir durante toda su vida para poder costearse el viaje a España.
Había dejado a su mujer y sus dos hijas en casa de los suegros pero su sacrificio se vería recompensado cuando empezase a trabajar con Ibrahim en su negocio de compra-venta de papel y pudiera traer con él a su familia y darles un mejor futuro a sus hijas. A su hermano le había ido muy bien desde que llegó a España y seguro que a él también la vida le reservaba un próspero futuro.
El barco no era todo lo cómodo que el suponía, especialmente pensando en el dineral que había pagado por el pasaje, pero al menos era seguro y grande. A medida que fueron subiendo los restantes pasajeros, empezó a pensar que igual no había sitio para todos pero, qué más da, al fin y al cabo sólo iban a ser unos cuantos kilómetros.
Al poco rato de salir del puerto de Tánger empezó a llover. En apenas unos minutos, la lluvia se convirtió en una tormenta terrible. Al día siguiente los periódicos españoles hablaban de una patera desaparecida en el Estrecho de Gibraltar. Unos días después volví a ver a Ibrahim en el mismo semáforo de siempre, con su eterna sonrisa pero con una triste y profunda sombra mediterránea en la mirada.