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Trump entre dos películas.

Juan Manuel Álvarez Espada

 

Desde Encinasola

 

 

Recuerdo que, a finales de mayo de este año, estuve invitado a la boda de la hija de un buen amigo, en la República Dominicana y, en mi mesa, estábamos un financiero costarricense y señora, un dueño de una empresa de seguros de Panamá y señora, un empresario dominicano y señora, un comensal alemán y yo. Los seis comensales hispanoamericanos, además de tener sus respectivos pasaportes nacionales, tenían pasaporte norteamericano. Al comentar el efecto Trump y el de su contrincante Clinton (estaban en primarias en ese momento), los seis fueron categóricos. Hillary era una ladrona, no hacía nada más que robar y era una débil ante el terrorismo internacional, Rusia y China. Trump era un empresario de éxito, no le hacía falta robar pues ya tenía dinero suficiente, un americano de siempre y un hombre que iba a cambiar la hipócrita administración estatal de los EEUU. La verdad es que me quedé muy sorprendido, por la postura común de estas personas de éxito, hispanas, dado que creía que eran más favorables a Clinton que a Trump.

 

¿Qué era un americano de siempre?, pregunté.

«Un americano que ama la libertad, lucha contra la administración opresora y está a favor de que EEUU vuelva a ser una potencia mundial en contra de los chinos y los musulmanes» (sic).

Esta afirmación fue aprobada con un sí unánime de todos los miembros de mi mesa. Mi compañero de mesa alemán y yo comentamos posteriormente este tema y estuvimos de acuerdo en que estaban equivocados. Con esa descripción más parecía que se estaban refiriendo a Timothy McVeigh, autor de la masacre de Oklahoma City que de un político, aunque se llamara Donald Trump. No sabía entonces que el equivocado era yo y por extensión mi amigo alemán.

Al día siguiente de las elecciones en EEUU, supimos del triunfo de Donald Trump por una mayoría, no tan ajustada como pudiéramos pensar. Recuerdo que lo escuché a las 7 de la mañana, hora de levantarse y, exactamente, 13 horas después de dejar de escuchar noticias de las elecciones, un poco hastiado, la verdad. Curiosa coincidencia con lo que comentaré después.

Puedo decir que el triunfo de Trump, pareció ser un Evento Ligado a la Extinción (ELE). Su victoria se dejó sentir a nivel mundial y los mercados financieros se dieron un batacazo monumental en esas primeras horas. Hubo un silencio, también a nivel mundial, en cuanto a reacciones. Después cuando el susto fue pasando, las cancillerías internacionales fueron felicitando poco a poco al candidato electo.

No voy a caer en la tentación, como muchos, de decir, igual que muchos analistas, que la victoria de Trump era lo más previsible. Casi todos se equivocaron. Bueno, casi todos los de este lado del Atlántico.

Todas las radios y los periódicos nos han bombardeado estas últimas semanas con las elecciones norteamericanas. Parecía que iba a ganar la candidata Clinton por goleada. Todas las cadenas que oía o veía, se centraban en que, si los hispanos votaban en masa a Hillary, la victoria era segura. Se hicieron decenas de entrevistas a expertos en política norteamericana anunciando una victoria desde pírrica hasta aplastante de la candidata demócrata (por un momento, me acordé de los expertos sovietólogos que sabían interpretar lo aprobado por el politburó, dependiendo del nivel sonoro de los aplausos de todos sus miembros).

Pero la victoria del candidato Trump ha sido un CISNE NEGRO. Un cisne negro, como lo definió Taleb, es un hecho, a priori, improbable, con unas consecuencias importantes en el devenir de la historia y donde todas las explicaciones que se dan sobre la ocurrencia de dicho suceso, son a posteriori. Y es que la incapacidad de predecir estos sucesos raros, implica la incapacidad de predecir el curso de la historia.

¿Pero realmente ha sido así en este caso?

Hubo un candidato anterior, aunque este se presentó sin la cobertura de los partidos tradicionales. El candidato era Ross Perot. Cuando este multimillonario tejano se presentó a las elecciones de 1992 y 1996 el programa no era muy diferente al del candidato Trump, incluso preveía la utilización del ejército para proteger a la población de la delincuencia. Sacó en las últimas elecciones casi un 20% de los votos. Bastantes para un “outsider”, bien es verdad que era bastante conocido por haber costeado, de su bolsillo, ayudas para liberar prisioneros norteamericanos en Vietnam, él mismo estuvo prisionero 8 años. También es famoso por haber liberado, siguiendo el conocido lema norteamericano de “leave no man behind”, mediante ex – miembros de operaciones especiales norteamericanos, a dos directivos de su empresa retenidos en Teherán. Este hecho lo relató Ken Follet (contactado por el propio Perot) en su novela Las alas del águila.

La mayor potencia industrial mundial, cercenada por la globalización, tenemos el mayor porcentaje de analfabetos del mundo industrializado. Nuestra población consume el 50% de toda la cocaína del mundo. Nuestra sociedad tiene las dos terceras partes de todos los abogados del mundo y, sin embargo, nadie tiene dinero para acudir a un juicio, ni pagarse un médico. El TLCAN (Tratado de libre comercio de América del Norte) actuará como un imán para los inmigrantes y vendrán millones de ellos. Clinton se equivoca cuando dice que ocurrirá lo contrario”.

Estas palabras que podría haber dicho el candidato electo Trump a Hillary Clinton, fueron dichas por Ross Perot en la campaña de 1996 contra Bill Clinton.

Las comparaciones son odiosas siempre y comparar a Perot con Trump lo es, pero no es menos cierto que ambos tiraban de manual populista, y pedían la confianza de los electores basándose en que eran hombres hechos a sí mismos, millonarios y que no iban a ser absorbidos por la administración de Washington. Que lucharían por restablecer el poderío estadounidense tanto industrial, como comercial, como militar.

Ross Perot y Donald Trump son vistos internacionalmente como el personaje que interpretó el genial Ed Begley en El cerebro de un billón de dólares, el general Midwinter. Un personaje, populista, rico, iracundo, ambicioso, sin reglas que cumplir y con ganas de convertir a los EEUU en la única superpotencia del mundo. No lo consiguió.

Alguno estaría tentado de incluir a Ronald Reagan en este mismo grupo, pero no será así, al menos por mi parte, aunque algunos periodistas lo hayan insinuado. Aunque denostado, nada más ser investido presidente, se le tildó de todo lo malo del americano de siempre. Pero fue capaz de plantar cara a los problemas internos de EEUU y, sobre todo, a los externos. Dos graves problemas a nivel mundial, con el avance del bloque soviético y con un naciente terrorismo internacional. Frente a la doctrina Breznev de soberanía limitada, frente a una falsa distensión que amenazaba con una correlación de fuerzas militares hacia el pacto de Varsovia, se interpuso la doctrina Reagan. Esta se basaba en la eliminación del apoyo a dictaduras, que venía siendo habitual en la política norteamericana, y en un sobreesfuerzo industrial y de investigación en nuevas tecnologías, que ahogó finalmente a la Unión Soviética. Lo demás es historia.

Bien es verdad que convergieron dos líderes más en aquellos años 80 del siglo pasado, el Papa Juan Pablo II y la primera ministra Margaret Thatcher. Lo cuenta bastante bien, John O´Sullivan en su libro Una curiosidad, los tres sufrieron intento de asesinato. El presidente Reagan y el Papa en 1981 y la primera ministra en 1984.

Hay otra película, una de tantas pero la más cercana en el tiempo, que relata bien como es la idiosincrasia americana vista por ellos mismos. La película se llama 13 horas. No voy a desvelar el argumento, pero sí es cierto que en ella aparece reflejado el espíritu de sacrificio, el honor, el compañerismo, la libertad extrema, el amor por la bandera que representa a los EE.UU. y el odio a las instituciones gubernamentales que no sirven para nada. Muchas de esas cosas, las ha representado mucho mejor el colérico candidato Trump, que la pacífica y presunta ladrona, según mis compañeros comensales de boda, Hillary Clinton.

Al final de este artículo, he de decir que la globalización, tal como está planteada, parece estar en franco retroceso. El brexit del Reino Unido, el avance de los populismos en América y Europa y los nuevos nacionalismos proteccionistas en lo económico, nos están llevando a una situación en la que se está propugnando un localismo extremo en una era en la que las redes sociales y de comunicación posibilitan, además de las interrelaciones a escala mundial, la transmisión de ideas cada vez más extremas y más monolíticas. Margaret Macmillan describió en un artículo en 2014, un interesante paralelismo entre como acabó la primera globalización, tal como la definimos actualmente, en 1914 y la situación actual. Y aunque la historia no se repita, no deja de ser inquietante.

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