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AQUEL MES DE AGOSTO DE 1939

Juan Manuel Álvarez Espada

Desde Encinasola…

 

AQUEL MES DE AGOSTO DE 1939

El 12 de agosto de 1939, y no el 25 de ese mismo mes, como mucha gente cree, se estrenó en una población de Wisconsin, la película El Mago de Oz de la productora Selznick, dirigida por Victor Fleming y protagonizada en su papel principal por Judy Garland. Se basaba en el musical del mismo nombre que había sido exhibido en Broadway y que a su vez este se basaba en un popular cuento para niños de principios del siglo XX escrito por Frank Blaum.

El argumento es de sobra conocido, pero me detendré en una de las escenas más peculiares de la película y que más me ha llamado la atención siempre de esta película. Esta comienza cuando Dorothy (Judy Garland) y sus amigos de aventuras: su fiel perro Toto, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león miedoso se presentan por segunda vez ante el mago de Oz para entregarle la escoba de la bruja mala del oeste que se les había requerido previamente, para poder cumplir los deseos de cada uno de los integrantes del grupo. El mago se presentaba ante ellos como un personaje fantasmagórico reflejado en una pantalla, entre fuegos y luces. En un momento determinado, el perro Toto, se dirige hacia una cuerda que al tirar de ella se abre un cortinaje y se presenta un hombre normal y corriente, bajito que mueve compulsivamente palancas. Al sentirse descubierto, su primera reacción es decirles que siguieran mirando a la pantalla y no se fijaran en él.

Así fue durante los últimos años antes del comienzo de la segunda guerra mundial, un cabo austriaco, bajito, con un bigote ridículo, mantenía embaucados a las potencias occidentales con sus palabras de paz y progreso que daría a cambio de algunos territorios necesarios para Alemania, pero detrás de la cortina ese personaje, se preparaba para una cruenta guerra que asolaría Europa y el mundo durante 6 años.

Once días más tarde, el 23 de agosto, se firmaba al otro lado del mundo, en Moscú, el tratado de amistad entre los dos exponentes radicales del socialismo más sanguinarios del siglo XX, el socialismo nacionalista alemán liderado por el führer Hitler y el socialismo real de la Unión Soviética liderado por el camarada Stalin. Aquello que era impensable hacía solo varios meses, se convirtió en un duro despertar, sobre todo para las democracias liberales de occidente. Polonia se quedó entre dos frentes y pidió ratificar el acuerdo de amistad con Francia y Gran Bretaña. En España, este acuerdo dividió a los comunistas entre aquellos que decepcionados abandonaron el partido y otros, en este caso, otra, como La Pasionaria, que ensalzó el acuerdo, «vivir para ver» que diría el gran Alfredo Amestoy.

En sus memorias, uno de los patriarcas del nacionalsocialismo, Alfred Rosenberg expresaba, el 25 de agosto, un sentimiento ambivalente, por una parte, una inmensa alegría por la firma del pacto que auguraba un fracaso para su visceral archienemigo Gran Bretaña, por otro lado, ese mismo pacto pensaba que se volvería contra ellos dado que otorgaba a la Unión Soviética, más poder y achacaba al vanidoso Ribbentrop, a la sazón ministro de asuntos exteriores del Reich, no calcular bien los pasos que se habían dado y que se iban a dar a partir de su firma.

Ese mismo sentimiento lo tuvo Hitler al sacar conclusiones para saber el verdadero rédito del acuerdo. Consideraba que tenía el frente Este asegurado con la firma del pacto, pero no las tenía todas consigo con Francia, a la que despreciaba y sobre todo con Gran Bretaña, a la que temía. Ribbentrop en la cumbre de su poder consideraba que este último país no haría nada, porque para ella lo importante era conservar su vasto imperio de ultramar.

Pero Alemania cometió el mismo error que en 1914, y que se refleja estupendamente en la serie de la BBC, 37 días sobre el mes previo al comienzo de la primera guerra mundial, confió en personajes ingleses proclives al apaciguamiento («buenismo» se diría ahora) que no representaban el sentimiento último de Gran Bretaña.

El 8 de agosto, Churchill se dirigió por radio a EEUU hablando sobre un silencio que se estaba apoderándose de Europa, un silencio achacable a las democracias occidentales que solo era roto por las botas de los soldados que marcialmente se dirigían a destruir el orden establecido bajo la arrogancia de un ser unipersonal, Herr Hitler. No le faltó razón, porque a medida que transcurría el mes de agosto de 1939 el sonido de las botas era cada vez más fuerte.

Un mes y un día más tarde, el 9 de septiembre de 1939 se preestreno Lo que el viento se llevó, la película épica por excelencia de EEUU. Su título fue un negro augurio para otra película que se había estrenado el día 31 de agosto, ese día soldados alemanes se convirtieron en actores macabros, interpretando a soldados polacos atacando una radio alemana. Para que la actuación tuviera más realismo, los operadores de radio fueron asesinados. Se llamaba “La Segunda Guerra Mundial” y fue la “película” del Siglo XX que más muertos reales tuvo, 60 millones de muertos, incluidos 12 millones de judíos, gitanos, opositores políticos y religiosos, homosexuales, discapacitados, prisioneros de guerra, mayormente rusos, y objetores de conciencia.

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